23 de julio de 2018

Caminando

Por las sombrías avenidas hoy he visto esplendorosas velas en los espíritus despiertos, avivadas por hados como la soledad o la fiebre, en los desiertos de la noche, entre cadáveres caminantes, tres o cuatro naves como amaneceres solamente, han conseguido ahuyentar en mí la letanía aletargada de que todo es bello y redondo.
Luciérnaga infinita transeunte, mi profundidad ha consumado las horas para el deleite de las mónadas, y en un vuelo distante me he encontrado con la cera para mi fuego, con la carne para mi rayo, y de la sonrisa de la muchacha misteriosa he hecho quince tonadas para la dicha de este peregrinaje de luz y de sangre. Oh, manantiales de ignorancia y olvido, de apesumbramiento y desfallecer cotidiano,  encharcáis y abnegáis las miradas extranjeras como un mecanismo grasiento, con el sudor negro sobre sus auras, con las ropas grises sobre sus pieles de alba. 
Tanta belleza exterminada, tanto potencial ahogado que se escuchan los gritos mudos de los abedules y de los ángulos, que por los resquicios abruptos enjambres de culpa galopan por el aire visible para aquel que puede ver con el candil del trastero verdecino, ¿Qué potencia elige quién brilla más? ¿Qué aliento refresca el rostro santo de los dolidos y los apesadumbrados? ¿Quién colma de flores y puebla de cucarachas estas calles apestosas de Madrid?
Tomo aire para recordar la hermosa paradoja de que el aire es mentira y verdad, y que en ningún lugar, acaso tenga alas en vez de pies, sersines en lugar de zapatos,  y mi voz este resonando infinitamente tras los dientes, en el hueco de la lengua arcana de aquellos que me precedieron en el futuro atemporal. ¡Por un momento he sacudido de mi levita las eras y los verbos, y he visto la orgía del final del viaje humano, donde los barcos angelicales arden en llamaradas como la nieve, ¡ ya no es necesario tal cosa como el viaje!