25 de julio de 2016

Toda mi vida fui un extranjero.

El único lugar en el que alguna vez me reconocí,
fue en la sonrisa, la mirada y las manos de Anael.

Pobre de mí, que veo su sonrisa, mirada y manos
allá donde descanse mi vista o mi pensamiento.

Pobre de mí, hijo de la obsesión y títere del amor,
que no reconozco en todo lo demás Su belleza.

Toda mi vida la pasé solo,
salvo cuando ella me dio refugio;
aún siento su calor subir y bajar
por mis venas, pero aún añoro su tacto 
como prueba de que es real.

Pobre de mí, me dije toda la vida,
mientras me alimentaba,
en el mejor de los casos, de vacío.

Pobre de mí, yo me repetía,
cuando ella estaba y cuando no,
cuando yo no era,
y cuando sigo sin ser.

Toda mi vida fui extranjero,
hasta que dejé de vivir por mí
para compartir mi amor y sublimarlo.

En ello estoy, mientras escribo
significados dormidos entre letra y letra,
mientras una voz me repite:

“Toda tu vida serás un extranjero,
hasta que te dejes llevar por nuevas manos,
una nueva mirada, 
y la sonrisa que en todo Ser reside.”

Pero mientras mi mente regresaba al pasado,
y mi ilusión construía futuro,
mi cuerpo se fue apagando, como la luz de una cerilla
que se consumió sin pasar la llama.

Pobre de mí, me dicen los gatos,
cuando en su mirada me convierto en animal,
y son ellos los amos.

¡Ay, pobre de mí!

Pobre de mí…

Pobre de mí, que no veo 
lo que el Amor me habla,
mientras mi mente me asfixia.