Son las raíces
las crueles cadenas
que impiden el vuelo de la flor.
La misma vida que nos dan
lleva el golpe que curva la espalda
y nos hace mirar, marchitos, a la tierra.
Un tiempo crecimos anhelando el cielo,
y el mismo tiempo nos dejó helados,
estáticos, esperando un retornar...
Donde la herida se hizo nombre
y donde nació la figura en el espejo,
quedamos anclados, como la flor maldita.
Y nuestros pasos nunca fueron pasos,
pues las raíces aferraban nuestros pies
a los días de juego, gracia, y desconocimiento.
Un tiempo crecimos anhelando el cielo,
y estiramos las manos con júbilo y fe,
y el tiempo llevo las manos al suelo.