16 de agosto de 2016

Autoretratos

El ciego:

Dolido, aletargado, confundido
por el espacio entre sombra y sombra
el ciego apenas bufa, ya no se lamenta
pues su voz es el espejo a sí mismo.

Guarda las palabras como otro los gestos,
-La palabra para él es su carne y su rostro-
y no recuerda, alcanza o comprende
la herida que imposibilita su existencia.

Quiere sanar, y no ve la causa,
palpa ridículamente la nada y la tiniebla,
intenta penetrar con las manos aquello intocable.

Como a medio hacer, el ciego da tumbos por la vida,
y no se le da la luz que puede revelar
el sentido de su tan torpe marcha.