21 de octubre de 2016

Carta a Olivia C.

Muy admirada Olivia:

Te escribo, una vez más, porque no sé cómo hablarte. En nuestra última experiencia, quién nos lo iba a decir, descubrí escucharte, y no puedo imaginar desperdicio de vida mayor que no volver a hacerlo. Me gustas cuando hablas. Y cuando tienes sueño y estás cansada. También me gustas cuando estás un poco borrachilla. Y sobretodo, cuando me das los buenos días, a mí y a todos a los que mi mal humor matutino me impide dárselos. Ya me encantabas por la noche. Ahora me encantas por la mañana, y por la tarde, y a la hora del desayuno, y a la hora de comer y de cenar, y cuando sueñas, o cuando estás despierta y sigues y haces que yo siga. 

Te escribo, Olivia, porque quiero seducirte. Pero no durante una noche o quinientas, como haría un donjuan, o yo mismo en otros tiempos. Quiero seducirte cada día de mi vida. Cada mañana, como si fuera un nuevo desafío, quiero seducirte, y que al llegar la noche nuestros ojos y cuerpos se encuentren como si nunca antes hubieran amado.

¿Cómo voy a seducirte con una carta tan cursi? Soy un iluso… Por eso mismo imagino mi vida contigo, o al menos el día de mañana, o un porro en un portal, o estar una vez más tras una cámara capturando al tiempo en algún rincón del universo… Imagino, y eso me da fuerzas. Te imagino a ti, no sólo por tus lunares, y tus labios, y tu piel, y tus ojos que son misterio, te imagino por tu amor, por tu profundo amor, por la vida que emana de cada respiración, acción, palabra o pensamiento que sale de ti, por tu curiosidad y tu fuerza, por tu ingenio y tu voluntad, por tu sonrisa, tu sonrisa que escapa a tu cara y llega al mundo.

Y me pongo irremediablemente poeta y cursi… ¿Cómo voy a seducirte así? ¡Qué importa! ¡Te celebro Olivia! ¡Te celebro contigo en este instante, en este cuarto, desnudo bajo un edredón y un techo y la luz de una lámpara, te celebro mientras aprieto los dedos contra las teclas con mucha menos calma y mucha más que aquella con la que tocaría tu cabello y tus caderas, tus hombros y tus muslos, tu alma, Olivia, tu alma quiero para fundirla con la mía…

¡Qué pobre propósito! ¿No es acaso tu alma suficientemente elevada? ¿No tiene en sí todo el vigor, la generosidad y el carácter que a la mía le faltan? Seguramente sí… soy un loco, un loco que ve más allá, un pobre hombre que alberga entre sus ojos lo que ni ellos alcanzan a ver, un mártir, un guerrero de la vida para la vida, un hijo del cielo y de la tierra, un insatisfecho, un constructor de caminos…

¡Y contigo, Olivia! ¡Qué caminos construiría!

Serían tuyos mis pies, y nuestro alma de todas las almas.


Sería tuyo, 

Miguel